Juan Carlos Lastiri
Estamos a menos de cien horas del arribo formal de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos. Existen sobradas razones para sostener que se abre una nueva era en la relación de nuestro país con los Estados Unidos y, muy probablemente, una nueva época en las relaciones internacionales, signada por el quiebre de la hegemonía del proyecto neoliberal en el planeta y el regreso del proteccionismo de cuño nacionalista, que encontró en el Brexit inglés su plataforma de lanzamiento y que ahora parece proyectarse con mayor vigor hacia el mundo desde la cuna misma de la democracia contemporánea y el principal mercado de consumo del planeta.
Sobre el perfil psicológico-político de Trump se ha dicho ya lo relevante: egótico, megalómano, autocrático, narcisista, intolerante a la crítica, escasamente empático y tendencialmente sociópata, xenófobo, racista, etc. A discusión está cuál de los epítetos lo describe más acabadamente o de mejor manera, lo que está fuera de duda es la pertinencia parcial de todos ellos para dar cuenta de alguno de los diversos ángulos de su compleja personalidad. En cambio, menos relevancia de la necesaria es la que se ha dado a lo que, como mexicanos, está en nuestra cancha y podemos hacer frente al despliegue práctico de sus amenazas.
A estas alturas del partido, con la información disponible, resulta poco inteligente, además de escasamente responsable, ponerse a dudar sobre la disposición de Trump a llevar adelante sus amenazas racistas, xenofóbicas y proteccionistas. La agudeza para observar las circunstancias y las consecuencias de sus actos u omisiones no está dentro de los atributos propios de su síndrome de personalidad; más consistente con la evidencia empírica es asumir como cierta su proclividad a confundir sus deseos con la realidad y a proceder prácticamente montado en dicha confusión.
En tales circunstancias, encuentro mucho más que justificadas la zozobra, la incertidumbre y el temor experimentados por nuestros compatriotas mexicanos y paisanos poblanos en el lapso posterior al triunfo electoral de Trump. Mi comprensión y solidaridad con todos ellos en estos momentos difíciles y, de forma especial, con las comunidades pujantes, exitosas y trabajadoras de poblanos, asentadas en Nueva York, Florida, Georgia, Illinois, Oklahoma, Oregón, Idaho, Ohio, y California, entre otros.
Tan sostenible como la certeza de que muchas de las amenazas de Trump, obviamente no todas, pronto se traducirán en acciones resulta que las comunidades mexicanas disponen de fortalezas reconocidas, tales como sus nexos familiares y comunitarios, su ingenio y laboriosidad, entre otras. Hasta ahora, ha privado entre los mexicanos de dentro y fuera del país mucho más el temor y el desencanto que el reconocimiento de nuestras potencialidades y la construcción de estrategias factibles de respuesta en el corto, mediano y el largo plazos. Dicho con toda crudeza: lo que hasta hoy hemos exhibido es consecuencia directa de una perspectiva errónea y derrotista: que enfrentamos un enemigo cuasi omnipotente e invencible y de cuyas acciones depende nuestro futuro.
El poder, lo sabemos bien, no es atributo de persona alguna, sino cualidad dialéctica de las relaciones. La magnitud de la fuerza de Trump es una función directa de la debilidad que asumimos como contraparte. Ahora que comienza la era Trump, el primer paso de los mexicanos y los poblanos es desechar el entender erróneo de que el futuro propio depende de la voluntad de aquél, por poderoso que parezca. Hay muchos enemigos potenciales de Trump dentro de los Estados Unidos con los cuales unir fuerzas, esperanzas y estrategias de acción. Los líderes políticos que operamos en México estamos frente al desafío de acercarnos con nuestros compatriotas y actuar como facilitadores de la inteligencia y la capacidad de acción colectiva de nuestros connacionales en el exterior. En la era de la información, nada más a nuestro alcance que ampliar y fortalecer las redes para enfrentar la crisis y salir fortalecidos.
Tan relevante como lo anterior es avanzar aceleradamente en la construcción de mecanismos que amplíen las oportunidades de quienes opten por la repatriación. Cualquiera sea el caso, el diálogo y el trabajo en equipo están llamados a ser la clave a la hora de enfrentar los tiempos difíciles por venir. Desde mi trinchera actual o cualquiera en la que me toque estar, mi solidaridad con los compatriotas es y será en el plano de las palabras y los hechos. Juntos somos mucho más que cualquier amenaza o desafío, incluido Donald Trump.
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