lunes, 24 de noviembre de 2025

Praxis- Lacoss: entre la identificación del autor y la no identificación de Elianis


Por: Martha Berra

La tragedia ocurrida en el Table Dance Lacoss, que ha dejado siete personas muertas y cuyo responsable material e intelectual ya fue identificado, aunque reservado a la opinión pública, abrió una herida más profunda que las cifras y los partes oficiales, la de los cuerpos que no pueden ser reconocidos por sus familiares porque la distancia, la pobreza o las restricciones migratorias les impiden llegar. 


El caso de Elianis, la joven cubana cuya madre, la señora Saili, no ha podido salir de la isla para identificarla, exhibe con crudeza un problema que suele quedar oculto entre carpetas de investigación y trámites forenses.


La imposibilidad de reconocer un cuerpo no solo prolonga el duelo, suspende toda posibilidad de justicia emocional. Para las autoridades, un cuerpo no identificado es un expediente que no avanza y para la familia, es un limbo desgarrador donde la muerte es probable, pero todavía no es real. Y en caso de serlo, es angustiante no tener los restos consigo. 


Y cuando la identificación depende de que un familiar viaje miles de kilómetros, algo que para muchos es impensable por razones económicas, esa espera se vuelve inhumana.


En Cuba, el laberinto es aún más complejo. Aunque la salida no está prohibida, la entrada sí puede ser restringida, especialmente para quienes han tenido diferencias políticas o no cuentan con los permisos adecuados. 


Para personas como la señora Saili, la idea de abandonar la isla no solo implica reunir recursos que no tiene, sino también la posibilidad de no poder volver a su hogar. A esto se suma que no ha logrado establecer contacto directo con la Fiscalía de Puebla, donde su petición fue negada, al solicitar una video llamada con el encargado o responsable ya que los tatuajes en el cuerpo de su hija, son la pista que ella necesita para cerciorarse. 


La burocracia de un país, combinada con la precariedad económica de otro, termina quebrando a familias que ya están rotas por la violencia y la desigualdad.


Tendría que ser una obligación moral y legal, la de facilitar procesos extraordinarios cuando se trata de víctimas de homicidio. La cooperación internacional, la asistencia consular y la comunicación directa con las familias deberían ser automáticas en tragedias como la del Lacoss. Pero no lo son. 


Por eso una madre, desde Cuba, sigue tratando de que alguien le responda el teléfono para saber si la joven que murió tan lejos es, en efecto, su hija, pero sobretodo, la certeza de que pronto tendrá sus restos con ella.


En un país donde la violencia es cotidiana, la dignidad no puede depender del pasaporte, del estatus migratorio ni del dinero en la bolsa. La identificación de un cuerpo es el último acto de humanidad que un país puede ofrecer a una víctima y a su familia. Negarlo por omisión, burocracia o desinterés es una segunda forma de violencia y es tan cruel como la primera.

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