Por: Alexis Manuel Da Costa
Diciembre siempre da la impresión de ser un mes ajeno a la política. La gente está ocupada en lo suyo: el aguinaldo, las compras, las posadas del trabajo, los pendientes que quedaron del año, la familia. Nadie tiene tiempo ni cabeza para pensar en elecciones. Y eso es precisamente lo que vuelve a diciembre tan particular.
Porque mientras la atención pública se dispersa, empiezan a aparecer señales que, a simple vista, parecen normales: una posada más grande de lo habitual, una entrega de cobijas por aquí, una visita a una colonia que llevaba meses sin ver a nadie, la piñata que llega con un logo, los aguinaldos regalados por algún grupo.
Quien solo vive diciembre lo ve como parte de la temporada.
Quien analiza política sabe que esto es el arranque silencioso.
Alguna vez, en mis años universitarios, escuché a un profesor decir que “la política se mueve cuando nadie la está mirando”. En aquel tiempo la frase me sonó exagerada. Hoy la veo desplegarse cada final de año.
Diciembre no es importante por lo que se dice, sino por lo que se empieza a notar si uno pone atención.
La presencia, la intención, la constancia.
El político que llevaba meses sin aparecer y de pronto llega a la posada de la colonia.
El que entrega cobijas donde antes solo pasaba desapercibido.
El que siempre ignoraba ciertos eventos y ahora se asoma “por convivencia”.
No es que la gente piense en votos; simplemente observa. Y aunque no lo razone, sí genera una impresión. Las decisiones del futuro se empiezan a moldear en estos pequeños momentos que nadie comenta, pero que todos registran sin querer.
Y es aquí donde diciembre se vuelve una especie de punto de partida.
No porque marque definiciones, sino porque marca ritmos.
Recuerdo haber leído a Gramsci en una ocasión, y subrayé una línea que hoy tomo con más peso: “La política es previsión.”
Y diciembre es pura previsión.
El que no empieza aquí, llega tarde a enero.
Y el que llega tarde a enero, rara vez logra construir un año sólido.
El 2026 será el año que ordene nombres, proyectos y posibilidades.
Eso es inevitable.
Pero quien no inicie este mes con presencia real, con trabajo discreto, con constancia, seguramente llegará al próximo año con el pie atrás.
No se trata de hacer escándalo ni de aparecer en cada foto; se trata de estar.
De mantenerse.
De no abandonar la cercanía que se supone que se busca.
Las dirigencias, los liderazgos locales y hasta los ciudadanos captan esos movimientos sin necesidad de discursos.
A diciembre nadie lo usa para tomar decisiones… pero diciembre sí influye en las decisiones que se tomarán después.
Por eso me parece un error pensar que este mes “no importa”.
Quizá no para la agenda pública, pero sí para las intenciones.
Para el ritmo.
Para la sensación que quedará al iniciar el 2026.
Y es ahí donde está la clave: quien no empieza en diciembre llega tarde a enero.
Y quien no llega firme a enero, difícilmente cruza septiembre con posibilidades reales.
Por eso diciembre, tan discreto, tan cotidiano, termina siendo el primer filtro.
No define candidaturas, pero sí define quién será tomado en serio cuando empiece la verdadera conversación.
Y lo digo con la claridad que da observar estos ciclos una y otra vez: el futuro político del año que viene ya comenzó… solo que comenzó sin avisar.

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