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martes, 29 de abril de 2025

Entropía - Cuidado, la ciudad está en llamas


Por: Alexis Manuel Da Costa

La manera en que se cuentan las noticias puede ser tan poderosa como la noticia misma. En Puebla, lo hemos visto una y otra vez: una palabra mal elegida o una noticia sacada de contexto puede encender el miedo, provocar caos y desgastar la confianza de la ciudadanía. En un entorno saturado de información, no siempre importa qué pasó realmente, sino cómo se relata.

Un ejemplo fue la difusión hace algunos años de un mensaje sobre un supuesto toque de queda impuesto por un grupo criminal. Aunque no existía evidencia ni comunicado oficial que lo confirmara, el rumor se esparció a tal velocidad que muchos comerciantes bajaron las cortinas y las calles quedaron desiertas. El pánico no fue causado por hechos concretos, sino por una narrativa de miedo diseñada para desestabilizar. Casos como este muestran cómo la palabra puede ser un arma.

Otro ejemplo se repite con frecuencia en los titulares locales: un ajuste de cuentas entre grupos delictivos es presentado como una “balacera” generalizada. La palabra “balacera” evoca la imagen de una ciudad bajo fuego, sembrando la idea de que cualquiera podría ser una víctima aleatoria. Sin embargo, en muchos casos se trata de ataques selectivos, con blancos definidos. 

¿Cuál es el efecto de exagerar la narrativa? Una población que siente que la violencia está fuera de control, incluso cuando los datos pueden contar otra historia más matizada. La narrativa distorsiona la percepción colectiva y, en el fondo, debilita la gobernabilidad.

No sólo las redes sociales son responsables de estos incendios informativos. A veces, desde los propios actores políticos o desde algunos medios de comunicación, se impulsa la desinformación de manera intencionada. Se recortan declaraciones, se sacan hechos de contexto o se elige el titular más escandaloso posible para provocar indignación o miedo. El propósito no siempre es informar, sino posicionar agendas, golpear adversarios o inflar la percepción de crisis para obtener réditos políticos. Es una estrategia peligrosa, porque puede funcionar en el corto plazo, pero mina la estabilidad a mediano y largo plazo.

La desinformación opera como un veneno lento. La repetición constante de noticias falsas, exageradas o sesgadas produce una ciudadanía fragmentada, que ya no sabe en quién confiar. Se erosiona la confianza en las instituciones, se profundizan las divisiones sociales y crece la percepción de que nadie está al mando. En ese caldo de cultivo, cualquier incidente puede ser interpretado como una señal del colapso inminente, aunque no lo sea. La desinformación no sólo deforma la realidad: fabrica realidades alternativas donde el miedo, la rabia y la desesperanza son las fuerzas dominantes.

Lo que ocurre en Puebla no es un fenómeno aislado. Es una muestra de una tendencia más amplia: el uso de la narrativa como arma política. No es la violencia en sí misma lo que desata la ingobernabilidad, sino la manera en que ciertos sectores la narran, amplifican y manipulan. En esta guerra de relatos, quien controla la historia controla también el estado de ánimo social.

Frente a este escenario, la solución no puede ser la censura ni el silencio. La defensa más efectiva es la construcción de una ciudadanía crítica, capaz de identificar cuándo una noticia busca informar y cuándo busca manipular. Aprender a desconfiar de lo que apela directamente al miedo, verificar las fuentes, entender el contexto y no caer en la tentación de compartir rumores sin confirmación son actos sencillos pero poderosos. La estabilidad social empieza por la responsabilidad informativa de cada uno.

Hoy, más que nunca, es necesario entender que la narrativa no es inocente. Decir “balacera” cuando fue un ataque aislado, hablar de “toques de queda” inexistentes o multiplicar rumores sobre violencia desatada no es un error de estilo: es una estrategia política. Y quienes la usan, sin importar de qué bando sean, deben ser señalados como lo que son: responsables directos del miedo, el caos y la ingobernabilidad.

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