lunes, 1 de septiembre de 2025

La patria ¿es primero?


La patria empieza en la familia, donde no cabe la vanidad

Por: Horacio Cano

“La patria es primero”. La historia dice que es una frase pronunciada por Don Vicente Guerrero, sí, aquel que protagonizó el abrazo de Acatempan con Don Agustín de Iturbide, momento ícono de la alianza entre dos grupos que deseaban la independencia de México y que, al final, la consiguieron. Hoy esa frase del segundo presidente de México está inscrita con letras doradas en la Cámara de Senadores, en la Cámara de Diputados y seguramente en muchos edificios públicos del país. Es una especie de recordatorio para quienes están ahí: que la patria es primero. Pero ¿qué es la patria? Y en serio, ¿es primero?

En los Ayuntamientos, lugar donde se toman las decisiones más importantes de cada municipio, pocas veces hay símbolos que iluminen la voluntad de nuestros cabildantes. En Puebla, por ejemplo, además de inscripciones de varios poblanos en letras doradas, está la Cédula Real y la Real Provisión: la primera le dio la categoría de urbe, firmada por Isabel de Portugal, y la segunda otorgó el escudo de armas. Detalles que recuerdan la grandeza de la ciudad. 


Así, cada municipio podría tener sus propios símbolos. En San Martín, que el pasado 31 de agosto celebró 164 años como ciudad, existe un comunicado de 1861 en el que se le dio ese título y el nombre de “Texmelucan de Labastida”. Ese documento es ni más ni menos que el acta de nacimiento de San Martín. Al igual que la galería de presidentes que hoy se encuentra en el recinto en el que ordinariamente se realizan los cabildos, este tipo de piezas deberían estar presentes en el salón donde se toman las decisiones para el mayor bienestar de los Texmeluquenses.

¿Qué es patria? Me gustaría explicarlo en comparación con otro concepto que escuchamos con frecuencia: nacionalismo. El primero se refiere a la adhesión al Estado-nación, sus ideas, sus políticas e incluso a los personajes que lo lideran; es un sentimiento, al igual que el patriotismo, de pertenencia, aunque más bien hacia algo intangible como lo es el Estado. El patriotismo, en cambio, es ese apego a la tierra natal o adoptiva, a sus tradiciones, a su historia, a las familias —no de manera abstracta, sino con nombre y apellido—.

Para comprender mejor y aprovechar los dos semestres de latín que tomé en la universidad, conviene revisar la etimología de la palabra. “Patria” viene del latín “patris”, tercera declinación de “pater”, y significa “del padre”. Hablar de patria es, en última instancia, hablar de familia. Ahí está la fortaleza del concepto. Quizá por eso Vicente Guerrero lo usó: para generar unidad en el incipiente Estado mexicano, apelando a la patria, que si bien tenía todavía poca identidad, ya contaba con rasgos propios. Y qué mejor forma de hacerlo que a través del apego de los mexicanos a la familia.

La familia ha sido la base de la civilización, antes incluso de que existiera el Estado moderno o las distintas formas de gobierno. Como la Puerta de Alcalá ha visto pasar el tiempo, así la familia ha permanecido como raíz y soporte. En nuestro país, a diferencia de las sociedades anglosajonas, los valores familiares son particularmente fuertes. Somos familias “muéganos”: hacemos todo juntos, encontramos motivos para reunirnos a lo largo del año, y hasta los domingos se reservan como “día de familia”. Cuando me preguntan a qué sabe México, digo que sabe a ese pan con el que limpias la nogada de tu plato tras comer un chile en nogada, pero sobre todo sabe a compartirlo en familia.

Habrá que recordar que la patria es primero, y que hacen falta más recordatorios en los lugares donde se toman decisiones. Aunque sería todavía más efectivo que quienes ocupan esos espacios lean y reflexionen sobre el contenido de esa frase inscrita en letras doradas. Quizá así evitaríamos actos tan bochornosos como los de la semana pasada, donde a gritos, empujones y sombrerazos, lucharon por todo, menos por la patria. 

La patria estaría primero: primero que los partidos, primero que los egos, primero que las vanidades de los políticos, primero que los intereses personales, primero que demostrar quién pega más fuerte...

Apunte al aire

“Vanidad de vanidades”, dice la Escritura. Un buen amigo me recomendó leer con calma esa parte que está en Eclesiastés. Creo que es lectura obligada para todos los que hacen de la política una actividad central en su vida. Al final, todos hacemos política de alguna u otra forma, aunque no todos tengamos vocación para dedicarnos a ella.

La vanidad es como una venda que nos cubre los ojos e impide que tengamos altura de miras. El orgullo es la tela con la que está hecha la vanidad. Generalmente es ajena a la verdad y pone la vana gloria por encima del bien común.

Si la patria es primero, la vanidad debe quedar fuera: resguardada y retirada de los ojos del político de vocación, que a la luz de la verdad sabrá discernir dónde sirve mejor para servir a la patria. Al tiempo.

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