martes, 11 de febrero de 2025

La dopamina consumista




Por: Sergio Ruiz Arias

 En la mitología, Cupido es representado por un niño desnudo y alado. Inocente y poderoso a la vez, armado de arco y flechas capaces de atravesar de manera impredecible e inocente cualquier corazón, es una de las alegorías más icónicas y representativas del amor, la atracción y el deseo, su figura ha influenciado la manera en que percibimos el romance y la pasión en nuestras culturas. A lo largo de la mitología, el amor es un tema recurrente y se asocia tanto con dioses como con mortales.

El día de San Valentín tiene diversos orígenes, es una mezcla de leyendas, costumbres antiguas y tradiciones que han sido adaptadas a lo largo de los siglos. Desde la historia del sacerdote que desafió al emperador para permitir un matrimonio, hasta las influencias medievales del amor cortés, San Valentín ha sido asociado con el amor romántico y el deseo de expresar afecto de manera pública.

Por su parte el amor platónico, tal y como lo describió Platón en sus Diálogos, es un amor que trasciende el deseo físico y se dirige hacia lo más elevado: el amor por la belleza, la sabiduría y la verdad. A través de este amor, los individuos buscan alcanzar un nivel superior de conocimiento y comprensión, con el objetivo de alcanzar la perfección espiritual. En la filosofía platónica, el amor no es un fin en sí mismo, sino un medio para alcanzar la verdadera belleza y la sabiduría divina.

Sin embargo, no todos los filósofos han opinado lo mismo, para Nietzsche el amor “es el estado mental en el que se ven las cosas justo como no son”, es decir, un estado de aletargamiento, no obstante, él entendía bien de las pasiones al señalar que: 

“El hombre ama dos cosas: el peligro y el juego. Por eso ama a la mujer, el más peligroso de los juegos”.

Para Schopenhauer, el amor nada tiene que ver con algo elevado, romántico o espiritual, sino que es un instrumento de la voluntad de la naturaleza que engaña a los individuos, un impulso ciego que no toma en cuenta ni la razón ni el bienestar de las personas, sino que está dirigido únicamente a la perpetuación de la especie. De ahí que: “un enamorado lo mismo puede llegar a ser cómico qué trágico”.

Para el cristianismo, en cambio, el amor representa una virtud suprema. En su Carta a los Corintios San Pablo señala que: “El amor es paciente, es bondadoso. El amor no tiene envidia, no es vanidoso, no es arrogante, ni egoísta, no se irrita, no guarda rencor. El amor no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”.

La ciencia por su parte, en lugar de verlo como algo romántico o espiritual, explora el amor como un fenómeno biológico, psicológico y social con explicaciones más objetivas desde diversas perspectivas. Desde un punto de vista biológico, se entiende como una serie de respuestas químicas y hormonales que tienen un propósito evolutivo: la reproducción y la supervivencia de la especie a través de la Dopamina, un neurotransmisor relacionado con las sensaciones de placer y recompensa. Cuando alguien se enamora, el cerebro libera dopamina, lo que genera sensaciones de felicidad, excitabilidad y compromiso.

Independientemente de la visión que cada uno tenga del amor, lo lamentable en estos tiempos de la sociedad de consumo, es ver cómo se ha comercializado y mercantilizado, lo que significa que las relaciones amorosas, el deseo y la atracción se han convertido en productos o servicios que pueden ser comprados, vendidos y consumidos. Esta mercantilización se refleja en el marketing, las clínicas de belleza, la cirugía plástica, la moda, el maquillaje, la música, el cine, las redes sociales, la industria del entretenimiento, plataformas en línea como Onlyfans o Tinder que llevan a los sentimientos a ser un producto de consumo rápido, más allá de lo que significa amar y ser amado o el amor principal: el amor propio.

En tanto, disfruten su 14 de febrero.

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